Mi hogar no ha sido más que mi perra y mi propio cuerpo, porque, aunque lo desee, nunca he formado parte de los grupos. Me da pavor sentir que pertenezco a una comunidad o a una sociedad, ya que eso me limita al pensamiento común de ellos. No he sido más feliz que al nacer y no saber encajar en grupos, porque casi me he obligado a pensar sin las ataduras sociales.
Por eso, mi hogar, que es mi perra y mi ser, no me juzgan. Y me pregunto: ¿por qué deberían hacerlo? Cada quien es libre de comportarse o pensar como quiera sobre la vida. No todos seguimos el mismo camino; por lo tanto, cuando me dicen: «Ponte en mis zapatos», yo respondo: «¿Cómo podría limitarme a pensar como otra persona si soy más libre pensando desde mí misma?»
Suele rondarme la pregunta: ¿cómo puede la gente pensar en masa? ¿Cómo permites que otro piense por ti? Confiar en alguien para que tome decisiones por ti y luego seguir ciegamente ese pensamiento como si fuera una religión. Yo no podría, porque no puedo restringir mi mente a pensar de otra forma, a no dejar que mis neuronas exploten, y sobre todo, a permitir que otro guíe mis pasos sin considerar las consecuencias.
No entiendo cómo ustedes, los mortales, pueden dejarse arrastrar como moscas hacia líderes que no lideran más que en beneficio propio; cuyos ideales solo satisfacen sus necesidades personales y no tienen propósito alguno para el grupo. Ahora me comprenderán cuando les digo que no hay mayor satisfacción que pensar libremente sobre lo que uno desea hacer.
Por eso, mi hogar no me juzga, porque en él habitamos aquellos que queremos vivir en plena libertad, y no hay mejor sensación que sentirse así: nacer para hacer lo que nos plazca, sin temor al qué dirán. Las consecuencias de los actos siempre serán responsabilidad de quien los haya cometido.


Las masas siguen ciegamente la banalidad porque se han olvidado del valor propio y no les han enseñado a buscar su autenticidad.
Me gustaLe gusta a 2 personas